C/ Prat de la Creu 74-76, baixos. Andorra la Vella

PATRIMONIO CULTURAL

La ocupación del hombre dentro del valle se concentra en las zonas de Ràmio y Entremesaigües, donde los habitantes de principios del siglo pasado nos han dejado ejemplos representativos de las prácticas agrícolas y ganaderas de la época como los “orris”, las cabañas y bancales y otras de carácter más industrial como una fragua de hierro o minas.

Históricamente, la economía del valle se fundamentaba en una simbiosis entre los intereses agrícolas, los de pastoreo y los siderúrgicos, que se vieron obligados a adaptarse a una orografía y a un clima adversos. Esencialmente, el territorio se dedicó a la agricultura: el fondo de valle fue aprovechado como zona de labranza para la obtención de productos agrícolas, tanto para el consumo humano como para el mantenimiento de la cabaña ganadera, primero de ganado ovino, después equino y posteriormente bovino. De hecho, la ganadería se convirtió en otra actividad básica de la zona. De esta forma, estas dos actividades representaron un papel determinante para la configuración del paisaje tal y como lo podemos admirar hoy, y para el incremento de la diversidad del medio. En definitiva, la tarea de agricultores y ganaderos propició el desarrollo de algunos de los elementos característicos del valle que actualmente le confieren su valor: los mosaicos aparentemente aleatorios de los campos de cultivo, los prados de siega, los conjuntos de bordas “cortals” (utilizados antiguamente para el cultivo de cereales, vides y tabaco, o también para llevar a pacer el ganado durante los meses de buen tiempo) y los restos de cabañas de pastor y los “orris”, que servían para controlar los rebaños y aprovechar la lana y la leche del ganado ovino. Esta interacción entre el hombre y la naturaleza ha supuesto, a lo largo del tiempo, un notable enriquecimiento de la diversidad biológica, pero también, de manera muy especial, del paisaje.

De estas prácticas quedan restos que se destinaban a guardar el ganado, como son la Pleta de l’Estall Serrer o el Tancat (cercado) de Graus. En esta zona encontramos cuatro cabañas en ruinas de lo que fueron, antaño, refugios de pastores. Además de las cabañas de L’Estall Serrer, se encuentran también las de Fontverd, del Serrat de la Barracota, de Setut, de La Farga, dels Estanys, de Claror y de Perafita.

Las bordas son construcciones que daban soporte a las explotación agrícolas alejadas de las casas propietarias, donde los agricultores disponian de lo necesario para los trabajos del campo y, a su vez, podian vivir mientras trabajaban en la montaña. Hay 12 en pie e identificadas y seis más en ruinas que son: la Borda Sabater (en ruinas), la Borda Sassanat, la Borda de la Font del Boïgot, las tres de Entremesaigües, las de Ràmio, que conforman un conjunto de siete bordas y cuatro construcciones en ruinas, y la Borda de Fontverd, actualmente en ruinas.

Cabaña del Serrat de la Barracota

Bordes de Ràmio

Las bordas son construcciones que daban soporte a las explotación agrícolas alejadas de las casas propietarias.

Otros ejemplos de arquitectura tradicional son los “orris”, estructuras en piedra seca que servían para ordeñar las ovejas del rebaño y obtener la leche con la que hacer quesos. En el valle del Madriu encontramos los de Setut, de la Rivera dels Orris, de Mateu, de Planell Gran, de Perafita y el del Turó de l’Estany de la Nou (todos en ruinas).

En el siguiente enlace encontraréis la entrevista al historiador Olivier Codina, que cuenta la historia de Andorra a través de los orris“. Del minuto 13:37 al minuto 18:12 se habla de los orris del valle del Madriu-Perafita-Claror: http://www.andorradifusio.ad/programes/rotonda/la-rotonda-10-de-novembre-del-2017/la-rotonda-1part-historia-andorra-orris

Como muestra de la actividad industrial de principios del siglo pasado, además de un aserradero, más de seiscientas carboneras y las minas de hierro en La Maiana, encontramos una de las fraguas más antiguas de Andorra. Situada a 1.990 m de altitud, junto al río Madriu, contó con actividad productiva de 1732 a 1836.

Su emplazamiento difícil impidió que fuera una de las más importantes, pero por la misma razón, sí que fue una de las más singulares.

Durante los siglos XVII y XIX es cuando la explotación ganadera convive con la explotación siderúrgica y el valle alcanza uno de los momentos de máxima antropización. Es entonces cuando se construye una parte importante del paisaje rural actual.

El camino empedrado del valle del Madriu-Perafita-Claror (o Camí de La Muntanya) es la columna vertebral de las comunicaciones tradicionales y uno de los valores culturales más significativos del valle que ejemplifica la condición secular de los Pirineos, no como barrera sino como zona de paso. Eje vertebrador de las actividades económicas que tenían lugar en el valle, constituye uno de los valores más característicos y eminentes de este paisaje cultural. Hoy, el Camí de la Muntanya se ha convertido en un tramo del sendero de gran recorrido GR-7, que forma parte del gran recorrido europeo E4, que va de Grecia a Gibraltar.

El camino empedrado

Caseta del guarda de la presa de Ràmio

La última intervención humana remarcable en el valle, fueron los trabajos de la compañía hidroeléctrica FHASA, en la década de los años 30 del pasado siglo, para construir los embalses y colectores que suministran a la presa de Engolasters. Las presas de Ràmio y de L’Illa, así como las conducciones excavadas para proveer de un caudal suficiente Engolasters, son hoy los testigos más visibles dentro del valle de lo que, en su momento, fue un proyecto de ingeniería muy avanzado para la época. Las obras de FHASA están íntimamente ligadas a la historia de nuestro país ya que abrieron las puertas a la modernización y al progreso de una Andorra que hasta entonces vivía prácticamente del medio rural, con unas vías de comunicación deficientes y una población que, a menudo, buscaba fuera mejores oportunidades de vida. A cambio de la explotación, durante un plazo de 75 años, de tres saltos de agua para la producción de energía eléctrica, los concesionarios se comprometían a construir las carreteras que traerían los primeros trabajadores extranjeros y la modernidad al país.

Es cierto que estas obras modificaron el paisaje, pero también, como ya se había hecho con anterioridad en otras explotaciones de recursos naturales, se consiguió mantener un equilibrio con el entorno. En el valle del Madriu-Perafita-Claror el impacto fue mínimo, pero algunas de las infraestructuras construidas, como las presas de la Illa y de Ràmio, o la caseta del guarda de la presa de Ràmio (uno de los ejemplos más singulares de la arquitectura del granito de la primera mitad del siglo XX), son hoy una parte esencial del patrimonio arquitectónico de la zona.

En la segunda mitad del siglo XX, el incremento del excursionismo, conlleva a la construcción de los refugios de montaña que permiten a los excursionistas descansar. Hay cinco repartidos por el valle: el de Claror, el de Perafita, el de Fontverd, el del Riu dels Orris y el de L’Illa en la parroquia de Encamp. Dentro de la zona tampón hay el de Prat Primer, el de Les Agols, el de Ensagents y el de Montmalús.

LA PIEDRA SECA

Las construcciones relacionadas con las actividades agrícolas y ganaderas son legados de la arquitectura en piedra seca. Esta técnica ha contribuido a modelar el paisaje característico de la montaña mediterránea que es, así mismo, una expresión eminente de la simbiosis de la naturaleza y el hombre, y paradigma de la sostenibilidad. En efecto, la técnica de la piedra seca ha permitido habilitar los territorios para la agricultura y la ganadería con el mínimo de recursos, con el máximo de eficiencia y con el respeto total por el medio ambiente. Esta técnica contribuye a incrementar la biodiversidad, al constituir un hábitat privilegiado para ciertas especies de la flora y la fauna, a minimizar la degradación y la erosión de los suelos y a mejorar el aprovechamiento del agua de lluvia. Más allá de estas calidades materiales, el patrimonio de la piedra seca constituye un importante capital de valores inmateriales asociados a los conocimientos, habilidades, formas de utilización y de interpretación colectivas e individuales, vinculados al medio tanto como a las tradiciones y expresiones de las comunidades que se han ido sucediendo.

Los empedrados, las terrazas de cultivo, los muros, los apriscos, los “orris” o alguna de las cabañas, son ejemplos de un patrimonio cultural rico en número y en variedad de elementos representados en el valle, pero también frágil, por lo que será necesario adoptar las medidas encaminadas a mejorar su conocimiento, la difusión y la conservación integrada.